La cerámica como escultura molecular

Toda disciplina necesita de un lenguaje que le sea propicio. Sobre este particular, el caso de la cerámica es un caso muy especial, dado que nuestro término tiene un significado tan amplio, que muy probablemente dentro de las artes plásticas no se le hace justicia.

Esta podría ser una de las razones por las que, desde hace cientos de años, entre las muy nobles artes de la pintura y de la escultura, se le relega a un segundo plano, fenómeno observado en el mundo académico, en las exposiciones y hasta en el llamado mercado del arte, con sus correspondientes excepciones.

Llamar al arte cerámico "Artes del fuego", dignifica tanto a este oficio o profesión, como a los trabajos a través de él obtenidos, pero todavía no lleva a un término completo su acepción.

Si vemos a la cerámica como una escultura molecular, nos referimos al juego que realiza el ceramista con toda la variedad de materiales que se utilizan en este arte, y su comportamiento frente a los diferentes parámetros, factores o condiciones de naturaleza física y química en su proceso creativo, para lograr un resultado en particular.

La forma común de llamar alquimista al ceramista, procede de esta concepción, pero el ceramista no es un alquimista.

Todo tiene que ver con las moléculas.

Al igual que en la cocina de vanguardia, a través de la preparación, el manejo y la aplicación de minerales y de otras sustancias, las cuales posteriormente entran en interacción bajo los efectos del intenso calor, de la oxidación y de la reducción que se producen en el horno, y de otros factores más, el ceramista modela sus materiales en la búsqueda de un efecto plástico y de la composición final de su obra, la cual puede ser llamada entonces escultura molecular. Dado que la denominación general de la escultura molecular, incluiría esculturas realizadas con todo tipo de materiales, el nombre "correcto y exacto" de la cerámica artística, debería ser "escultura molecular cerámica".


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